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La negociación de la desigualdad

Las rebajas de impuestos en el extremo superior de la renta han acelerado los desequilibrios. Foto:blogspot.com

Hace algún tiempo publiqué un artículo titulado Los ricos, la derecha y los hechos en el que describía los esfuerzos por negar, obedeciendo a motivos políticos, lo evidente: el fuerte aumento de la desigualdad en Estados Unidos, sobre todo en lo más alto de la escala de ingresos. Probablemente no les sorprenderá oír que he descubierto un montón de malas prácticas estadísticas en las altas esferas.

Tampoco les sorprenderá saber que casi nada ha cambiado. Los sospechosos de rigor no solo siguen negando la evidencia, sino que insisten en desplegar los mismos argumentos desprestigiados: la desigualdad no está aumentado realmente; bueno, vale, sí está aumentando, pero da igual porque tenemos mucha movilidad social; en cualquier caso, es buena, y cualquiera que insinúe que es un problema es un marxista.

Lo que quizá les sorprenda es en qué año publiqué el artículo: 1992.

Lo cual me lleva a la última escaramuza intelectual, provocada por un artículo de Chris Giles, redactor jefe de economía de The Financial Times, arremetiendo contra la credibilidad del libro éxito de ventas de Thomas Piketty, titulado El capital en el siglo XXI. Giles afirma que el trabajo de Piketty comete “una serie de errores que distorsionan sus descubrimientos”, y que, de hecho, no hay pruebas claras de que la concentración de la riqueza esté aumentando. Y como casi todos los que hemos seguido estas controversias durante años, me dije: “Ya estamos otra vez”.

Como era de esperar, Giles no ha salido bien parado del debate subsiguiente. Los supuestos errores eran en realidad la clase de ajustes de datos normal en cualquier investigación basada en diferentes fuentes. Y la afirmación crucial de que no hay ninguna tendencia clara a una mayor concentración de la riqueza descansaba en una falacia conocida, una comparación de peras con manzanas de la cual los expertos han advertido hace tiempo, y que yo identifiqué en el mencionado artículo de 1992.

A riesgo de dar demasiada información, la cuestión es ésta. Tenemos dos fuentes de datos tanto sobre la renta como sobre la riqueza: los sondeos, en los que se pregunta a la gente sobre sus finanzas, y los datos fiscales. Los datos de los sondeos, si bien son útiles para seguir la pista de los pobres y de la clase media, subestiman manifiestamente las rentas más altas y la riqueza, hablando en líneas generales, porque es difícil entrevistar a suficientes multimillonarios. Por tanto, los estudios acerca del 1%, el 0,1% y demás se basan principalmente en los datos fiscales. Sin embargo, la crítica publicada en The Financial Times comparaba cálculos antiguos de concentración de la riqueza basados en datos fiscales con cálculos recientes basados en sondeos, lo cual ocasiona una distorsión inmediata que impide identificar una tendencia al alza.

En suma, este último intento de desacreditar la idea de que nos hemos convertido en una sociedad muchísimo más desigual ha quedado desprestigiado por sí solo. Y era de esperar. Hay tantos indicadores independientes que apuntan a un fuerte aumento de la desigualdad, desde los precios por las nubes de las propiedades inmobiliarias de más alto nivel hasta el apogeo de los mercados de bienes de lujo, que cualquier afirmación de que la desigualdad no está aumentando tiene que basarse casi por fuerza en un análisis erróneo de los datos.

Con todo, la negación de la desigualdad persiste, prácticamente por las mismas razones por las que persiste la negación del cambio climático: hay grupos poderosos muy interesados en negar los hechos, o cuando menos en crear una sombra de duda. De hecho, pueden estar seguros de que la afirmación de que “todos los números de Piketty están equivocados” se repetirá hasta el infinito aunque se derrumbe rápidamente al ser sometida a escrutinio.

Dicho sea de paso, no estoy acusando a Giles de ser un sicario de la plutocracia, a pesar de que haya algunos autoproclamados expertos que se ajusten a esa definición. Y no hay nadie cuyo trabajo esté más allá de toda crítica. Pero cuando se trata de asuntos con carga política, los detractores del consenso tienen que ser conscientes de sí mismos; tienen que preguntarse si de verdad buscan la honestidad intelectual o si lo que están haciendo en realidad es actuar como duendes de la preocupación, desacreditadores profesionales de los credos liberales. (Por extraño que parezca, en la derecha no hay duendes que desacrediten los credos conservadores. Es curioso cómo funciona la cosa).

Por tanto, esto es lo que necesitan saber. Sí, la concentración tanto de renta como de riqueza en manos de unas cuantas personas ha aumentado enormemente a lo largo de las últimas décadas. No, la gente receptora de esas rentas y propietaria de esa riqueza no es un grupo en continuo cambio: la gente se desplaza con bastante frecuencia de la base del 1% a la cima del siguiente percentil y viceversa, pero eso de pasar de mendigo a millonario y de millonario a mendigo rara vez ocurre (la desigualdad de los ingresos medios a lo largo de varios años no está muy por debajo de la desigualdad en un año determinado). No, los impuestos y las ayudas no cambian significativamente el panorama; de hecho, desde la década de 1970, las grandes rebajas de impuestos en el extremo superior han provocado que la desigualdad después de impuestos aumente más deprisa que la desigualdad antes de impuestos.

Esta imagen incomoda a algunos porque favorece las demandas populistas de impuestos más altos para los ricos. Pero las buenas ideas no necesitan ser vendidas con engaños. Si el argumento en contra del populismo descansa en afirmaciones falsas sobre la desigualdad, habría que considerar la posibilidad de que los populistas tengan razón.

Traducción de News Clips.

© 2014 New York Times News Service.

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